martes, 10 de julio de 2018

Del amor al odio.





Del amor al odio.

No sorprende cuando observamos a esas parejas que se amaban apasionadamente y, de pronto, no se pueden ver ni en pintura. No hablamos de aquellos que sufren un distanciamiento, sino de esos hombres y mujeres que después de haber compartido una tórrida relación se convierten en los peores enemigos.

A veces una situación de esa naturaleza no se da después de unos momentos de convivencia, con un vínculo desgastado de por medio. En ocasiones, la transformación se produce súbitamente. Ayer se amaban y hoy se odian. Es entonces cuando nos preguntamos: ¿será verdad aquello de que del amor al odio no hay más que un paso?

No hay ninguna forma de amor que no encierre una pizca de odio, al menos. Odiamos un poco al otro porque a veces no está cuando lo necesitamos. O porque no agradeció como queríamos algún esfuerzo que hicimos para él, o para ella. También sentimos el rumor del odio cuando no nos comprenden suficientemente, o cuando no son capaces de decirnos las palabras que queríamos escuchar.

Son pequeños odios que usualmente no trascienden. Se desvanecen tan rápidamente como aparecieron y apenas si dejan alguna huella, solo en las personalidades más sensibles. Podemos lidiar con ellos y mantener el afecto intacto.

Sin embargo, hay situaciones que en las que no hay un desenlace tan feliz. A veces uno de esos pequeños episodios de desencuentro se convierte en la semilla de una gran selva de odio. O son la gota que hace rebosar la copa de un veneno que ya se venía acumulando.

“Odiamos a alguien cuando realmente queremos amarle, pero que no podemos amar. Tal vez él mismo no lo permite. El odio es una forma disfrazada de amor.”

Y es que el amor y el odio no son mundos opuestos. Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. Así como todo amor lleva implícito algún gramo de odio, todo odio tiene en sus entrañas un componente de amor.

El paso del amor al odio generalmente se da de dos maneras. O una persona despierta, después de un letargo en el que estuvo soportando lo que no quería soportar; o alguien propina una ofensa o traición tan grave a otro que transforma los sentimientos de amor en un deseo de destrucción irrefrenable.

El odio crea lazos muy fuertes con el otro. De hecho, puede dar lugar a vínculos más estrechos que los del amor. Lo peor es que cuando se da paso a una seguidilla de afrentas, la situación se convierte en un círculo que se retroalimenta permanentemente. Ni uno ni otro pueden hacer una ruptura sana. Condicionan su vida afectiva a la lógica de dañar y evitar ser dañados. Sienten que no pueden renunciar a la situación, porque eso sería claudicar.

Este círculo es altamente nocivo. Una situación en la que por más que ganes, siempre estarás perdiendo. No hay forma de resolverlo. La única alternativa es apartarte de esa persona y renunciar a ese odio que puede convertirse en una cárcel insoportable de la que solo vas a salir maltrecho.

MARUESVA.



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