Del amor al odio.
No sorprende cuando
observamos a esas parejas que se amaban apasionadamente y, de pronto, no se
pueden ver ni en pintura. No hablamos de aquellos que sufren un
distanciamiento, sino de esos hombres y mujeres que después de haber compartido
una tórrida relación se convierten en los peores enemigos.
A veces una situación
de esa naturaleza no se da después de unos momentos de convivencia, con un
vínculo desgastado de por medio. En ocasiones, la transformación se produce
súbitamente. Ayer se amaban y hoy se odian. Es entonces cuando nos preguntamos:
¿será verdad aquello de que del amor al odio no hay más que un paso?
No hay ninguna forma
de amor que no encierre una pizca de odio, al menos. Odiamos un poco al otro
porque a veces no está cuando lo necesitamos. O porque no agradeció como
queríamos algún esfuerzo que hicimos para él, o para ella. También sentimos el
rumor del odio cuando no nos comprenden suficientemente, o cuando no son
capaces de decirnos las palabras que queríamos escuchar.
Son pequeños odios
que usualmente no trascienden. Se desvanecen tan rápidamente como aparecieron y
apenas si dejan alguna huella, solo en las personalidades más sensibles.
Podemos lidiar con ellos y mantener el afecto intacto.
Sin embargo, hay
situaciones que en las que no hay un desenlace tan feliz. A veces uno de esos
pequeños episodios de desencuentro se convierte en la semilla de una gran selva
de odio. O son la gota que hace rebosar la copa de un veneno que ya se venía
acumulando.
“Odiamos a alguien
cuando realmente queremos amarle, pero que no podemos amar. Tal vez él mismo no
lo permite. El odio es una forma disfrazada de amor.”
Y es que el amor y el
odio no son mundos opuestos. Lo contrario del amor no es el odio, sino la
indiferencia. Así como todo amor lleva implícito algún gramo de odio, todo odio
tiene en sus entrañas un componente de amor.
El paso del amor al
odio generalmente se da de dos maneras. O una persona despierta, después de un
letargo en el que estuvo soportando lo que no quería soportar; o alguien
propina una ofensa o traición tan grave a otro que transforma los sentimientos
de amor en un deseo de destrucción irrefrenable.
El odio crea lazos
muy fuertes con el otro. De hecho, puede dar lugar a vínculos más estrechos que
los del amor. Lo peor es que cuando se da paso a una seguidilla de afrentas, la
situación se convierte en un círculo que se retroalimenta permanentemente. Ni
uno ni otro pueden hacer una ruptura sana. Condicionan su vida afectiva a la
lógica de dañar y evitar ser dañados. Sienten que no pueden renunciar a la
situación, porque eso sería claudicar.
Este círculo es
altamente nocivo. Una situación en la que por más que ganes, siempre estarás
perdiendo. No hay forma de resolverlo. La única alternativa es apartarte de esa
persona y renunciar a ese odio que puede convertirse en una cárcel insoportable
de la que solo vas a salir maltrecho.
MARUESVA.
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